miércoles, 16 de septiembre de 2009

El Profeta, de Jalil Gibran.


Y al entrar en la ciudad salieron todos a su encuentro y lo llamaban gritando con una sola voz.
Y se acercaron los ancianos de la ciudad y le dijeron:
No nos dejes todavía.
Has sido un mediodía en nuestro anochecer, y tu juventud nos ha dado sueños que soñar.
No eres extranjero entre nosotros, ni tampoco huésped, sino hijo nuestro y amadísimo.
Que todavía no sufran hambre de tu rostro nuestros ojos.

Y los sacedotes y sacedotisas le dijeron:
Que las olas del mar no se interpongan entre nosotros en este momento, ni se transformen en recuerdo los años que has pasado entre nosotros.
Como espíritu has caminado entre nosotros, y tu sombra ha sido una luz sobre nuestros rostros.
Mucho te hemos amado, pero nuestro amor no se traducía en palabras, de velos estaba velado.
Y sin embargo ahora se lamenta a gritos y se levanta para que tú lo veas.
Y siempre ha ocurrido que el amor no conoce su propia profundidad hasta que llega el momento de la separación.



1 comentario:

Francisco Méndez S. dijo...

Un excelente poema, que no ha perdido nada de actualidad